Coincidiendo con la Feria del Vino de Toro de 2022, decidimos escribir un relato que hiciese referencia a uno de los episodios históricos más representativos de este vino: su viaje a bordo de la carabela La Pinta durante la travesía que desembocó en el Descubrimiento de América.
Pero, para ello, no quisimos crear un relato al uso, sino que hicimos un trabajo de investigación sobre todas las bodegas acogidas a la Denominación de Origen, sus vinos, viñedos y lemas, y escogimos algunos de ellos para ir construyendo una historia en Twitter, donde tuit a tuit, íbamos haciendo referencia a cada una de ellas para darle forma a este viaje histórico, ahora compuesto por episodios de no más de 280 caracteres.
La Dama de Toro soltó una Lágrima cuando, junto a la Gran Colegiata, vio despedirse al
Primero. Atrás dejaban todos esa Piedra Prohibida para algunos junto al Duero, cuyas
aguas terminaban siendo “un sueño hecho vino”. Atrás quedaba también la viña del
abuelo y su vino, dulceb> como su mirada.
El último en llegar venía desde San Román de Hornija y casi se marchan sin él por ser el
Tardón. 24 mozas eran las que los despidieron. Todas rogaron por la Encomienda de la
Vega y su ermita para sus maridos, ahora, marineros. ¡Madremía! Se iban allende los
mares.
El Arco del Reloj fue el último que los vio partir, alejándose entre frutales de Cermeño,
formando todos juntos una cooperativa. Todas aquellas tierras por las que iban pasando
eran Campo de Toro. ¡Válgame Dios! Cuán lejos llegaban… Si, incluso se intuía, a lo lejos
y entre bruma, el castillo de San Pedro de Latarce. Aunque ninguna para Don Diego como
aquella extensión de terreno, su preferida dentro de lo que fue Arbocala: los terrenos que
llamaban de Monte la Reina, a los que siempre le daban ganas de hacer una captura
mental del paisaje. ¿Existiría algún día alguna construcción o máquina que lo lograse?
¡Imposible!
El Primer paso para aquel viaje que ahora iniciaban lo había dado un tal Cristóbal Colón,
impulsado, quién sabe… probablemente, por Las Musas. No debió de parecerles Buen
Chico a los Reyes Católicos cuando le dieron la primera audiencia en Alcalá de Henares,
que no era Villar, sino villa. Tuvo que interceder otro paisano, Fray Diego de Deza, quien
sin lenguaje de signos ni ningún otro Ademán, acabó convenciéndolos para la empresa.
Antes de llegar al puerto de Palos, el punto de partida de su travesía, pudieron ver Sevilla,
de la que aquel que era de Numanthia decía que era un “diamante español”. Allí, en
Palos, a los marineros toresanos les esperaba La Pinta, cuya bodega cargaron con el vino
tinto que habían traído desde Toro. Aquella carabela parecía ahora un Museo del Vino
junto a las aguas del Mediterráneo y lejos ya de las de los ríos Duero y Bajoz.
Bien podría decirse que aquella carabela que iba dejando huella por el Atlántico era la de
una Ruta del Vino de Toro, el único que aguantaba tal viaje, pero era la ruta para la
búsqueda de tierras desconocidas, de un nuevo mundo. Si el plan de Colón salía bien,
podrían presumir de aquel Legado en su Epitafio.
Los hermanos Guillermo y Luis Ángel fueron los primeros en embarcar en La Pinta.
Los siguió uno con raíces aragonesas, apellidado Mazas. Todos llevaban consigo una
Pizca, o como se decía en su zona, una Miaja de nostalgia.
El Sabor Real de esta aventura lo probaron cuando dejaron de ver Campiña y ya solo
veían océano por delante.
Una noche, a uno de ellos le pareció ver Tres Lunas en el cielo y, Sin Complejos, se echó
sobre la cubierta para contemplarlas. Aquello le recordó a esas noches acostado sobre el
Tálamo, arrullado por el frescor de la Viña que regaba el Guareña. La Dulce Quietud del
mar en nada se parecía a los quehaceres diarios en los que, con La Mula, araba los
viñedos. A veces, incluso, tenía que ir Tras la yesca, pero luego se sentaba a descansar
sobre el Teso Alto, desde donde contemplaba Las Tierras, mientras se dejaba mojar por
las Gotas de noche.
Otra jornada, siendo de día, contó Uno, Dos, Tres, Cuatro, Cinco gaviotas… y una
Pajarita. Lo sabía porque su trino era tan dulce como el de un violín. Y se preguntó si
habría algún Cyan al otro lado del agua, tal y como era común en la tierra de la que él
procedía. Otro día, Ordóñez, el andaluz, dijo haber visto un Tritón en la superficie del mar.
¡Qué imaginación!
De vez en cuando, bajaba a la Bodega Moisés, que se encargaba de rellenar las vasijas y
comprobaba que, Tal Cual le habían dicho, el de Toro era un Gran Vino. Al que llamaban
“el francés” solía decirle que había que tener Paciencia para hacer lo que él hacía y lo
llamaba, en tono jocoso, “compositor de vinos raros”.
Aquel se había criado en una Finca Entre Canales y soñaba cada noche con volver a ver a
sus Hijos y a su sabia Almudena junto a la Alberca.
Quizás, cuando encontremos ese nuevo mundo, podrá ser un Cachito mío, pensaban
algunos. Aunque el único marino de todos se conformaba, sin embargo, con encontrar un
Coral en el Duero, en una ola que Rompe y unas pocas Sedas.
Al más Díscolo de todos, le habían prometido Cuatro Mil Cepas por enrolarse, aunque él
solo contaba hasta Cinco de copas que había sobre la mesa y ya estaba ebrio. Ya le
pasaba lo mismo en su tierra, cuando cantaba El Cuco y se volvía Presa del sueño.
Una de esas noches, soñó que, en mitad de un Camino Pardo, se le aparecía un tal pintor
que decía llamarse Aponte y le decía que ordenaría construir un palacio en Toro, esa sería
su Victoria.
Otro, llamado Francisco, que se unió a la expedición desde Navalcarnero, usaba Los
Bayones a modo de Casas para guardar los víveres. Y, mientras estaba en ello un día, se
le ocurrió que Toro, de donde venía y tanto añoraba durante aquella travesía, se dice “Orot”
al revés. “Desde luego, Pico y Royo no te faltan”, le espetó Salgado cuando le contó la
ocurrencia. Peor era lo de Juan Rojo, otro tripulante, que tenía fama de Matalobas y no
conseguía la Libranza de aquella chanza.
Mauro, el enamorado del Duero, se acordaba mucho de su Prima de San Román, que
vivía fascinada por una ciudad africana de la que había oído hablar, llamada Cartago.
Aunque él solía desviar la conversación, hablándole de la historia de la heroína Antona
García y de la Rejadorada en su honor, que le mostraba cada vez que tenía ocasión.
Y le hacía una enumeración y Selección de Torres y almenas por las que se había
derramado Sangre de Toro en su célebre batalla. Algunos de aquellos batalladores eran de
Zamora y se habían encomendado a San Ildefonso, patrón de la ciudad, poniendo la mano
Sobre su Ñola antes de partir al frente.
Una Torre de aquellas en el Duero había sido vigilada por el Marqués de Peñamonte,
procedente de tierras Riojanas. Aquello sucedió durante la batalla de Toro, que tuvo lugar
en el paraje conocido como Valbusenda. Se decía que en ella hubo una rana que procedía
del pago Valdigal y había sido enviada por la Providencia para traer suerte a las tropas
castellanas.
Algunos de los tripulantes, como Martín, habían combatido allí y recordaban todavía el lema
del campo de batalla: “per aspera ad astra”, esto es, “con esfuerzo, llegar a las estrellas”.
El Mayor de Castilla era uno de ellos… Y después de aquella batalla, se juró no guerrear
más, así que había arrojado a la calle las Armas y había emprendido otro camino a través
de Puertas Novas.
Una mañana, cuando Victorino entró en las cocinas de la Pinta, el Almirez que llevaba en
la mano el cocinero le recordó a un rosetón Románico. Quien lo agarraba era Ramón
Ramos, que nunca desvelaba cómo elaboraba recetas tan sabrosas con tan escasos
ingredientes. Su única respuesta era que eso era “el secreto mejor guardado” de la unión
de dos familias. La sonrisa del Nómada Wences cuando lo oía era como comparar
Piedras y Princesas: un sueño.
Lo cierto es que aquel conseguía platos con una paleta de sabores que encandilaban al
Paladar Español… y sin mancharse las Botas de Barro en la huerta. No como para pedirle
a aquel San Juan que presidía la Ermita Talanda un milagro: volver a Medina del Campo y
subir hasta la que llamaban Peña Rejas para divisar una vez más el pago Garabitas.
Porque, para hacerlo, había que ascender por una Cuesta Grande en donde solían jugar
unos Hermanos hijos de un francés.
Aunque otros solo querrían ver de nuevo la tradicional figura del Zangarrón por las calles
de Sanzoles, cuyo atuendo a algunos les recuerda a las Flores de Cerezo. Pero la flor
favorita de Antón es la que llaman Flor de Vetus, que guarda buena esencia en su
interior… Al igual que la carabela la Pintia, perdón, la Pinta,... que, cual barrica, cuida la
esencia del vino durante esta expedición. Y no es fácil porque el vino de Toro no es cuAl
Gil, sino que tiene gran Expresión.
Los marineros piensan, a veces, que puede que no vuelvan a ver el Campo Alegre de Toro
y sus alrededores, pero quién sabe si encontrarán El Dorado. Y, de repente, una voz que
exclama con toda La Pasión saca a cada uno de sus pensamientos… “¡Tierra a la vista!”
¡Por fin!
Esta es, por Descarte del resto, la Victoria de Elías, el único que siempre había creído sin
dudar que alcanzarían las tierras de las que hablaba Colón.
- ¿Tendrán nombre estas tierras?
- Si no lo tienen, podremos llamarlas Américo - respondió Díez Gómez - como un
comerciante con buen ojo que conozco.
Y brindaron con vino de Toro y bailaron la Jota de To para celebrar el Descubrimiento.